Conozco a Robert
desde que íbamos a la escuela juntos. Siempre supe que aquel chico soñador
llegaría lejos y se convirtiría tarde o temprano en una estrella del rock.
Pronto dejó los estudios y se dedicó a cantar y a deambular por los bares se la
ciudad. Muchos martes coincidíamos en el Sherwood’s Pub y nos tomábamos unas pintas juntos brindando por pillar una buena
tía cada noche.
Justo cuando me puse a trabajar, se fue a
Londres y le perdí la pista. A los dos años un día lo reconocí en la televisión
pública, llevaba el pelo largo, iba vestido a lo hippie, pero su voz misteriosa
lo delataba. A partir de entonces, tanto yo como toda la ciudad de Nottingham,
nos hicimos fans suyos.
Con el fin de evadir impuestos, volvía al menos
tres meses al año para estar con su esposa e hijo. El resto del tiempo lo
pasaba en la soledada California o de gira por EEUU siempre rodeado de lujo,
chicas y alcohol. Muchas mañanas me lo encontraba sentado el bosque, rodeado de
hadas, niebla y hobbits intentando olvidar aquellos deseos juveniles que, por
arte de magia, se le habían concedido en su vida.
Relato homenaje a Robert Plant, cantante de Led
Zeppelin
Héctor Manuel Asensio Pérez. 18 de febrero de 2013
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